29 de marzo de 2012

El auténtico aprendizaje sólo se puede conseguir mediante el juego


José Miguel Castro asegura que la educación reglada hace flaco favor a la creatividad de niños y niñas; incluso afirma que entorpece el aprendizaje. Por ello, apuesta por recuperar el juego como forma de aprendizaje, tomar en cuenta los intereses personales y subraya que la diferencia es buena para uno mismo y enriquecedora para los demás.

Lleva 20 años trabajando e investigando en el campo de la expresión. Desde 1987 dirige los talleres de pintura, arcilla y danza en Bilbo. Esta semana ha participado en una conferencia en el Koldo Mitxelena, donde explicó en qué consiste la educación creadora.

- ¿Qué se aprende jugando?
- Estamos tan manipulados por nuestro sistema educativo, que parece un invento esto de aprender por el juego. Y la verdad es que el auténtico aprendizaje se hace jugando. Si revisas los creadores de la historia en cualquier campo artístico, encuentras algo común: son adultos que han conservado su capacidad de juego. Desde Galileo, que tiraba piedras desde lo alto de la torre de Pisa, como puede hacerlo un adolescente, pasando por Da Vinci, que destripaba cadáveres en vez de cochecitos para ver cómo eran por dentro. Son jugadores que conservan su curiosidad por el mundo, esa curiosidad despierta interés y ese interés es el origen del verdadero aprendizaje.
Sin embargo, en la educación reglada el juego es residual, sólo se aplica en los niveles más elementales. La tendencia de Occidente, ya extendida a todos los rincones del mundo, es pensar que sólo se puede aprender con enseñanza organizada. Y nosotros creemos que la enseñanza dificulta el aprendizaje, y en ocasiones, lo entorpece y lo destruye completamente. Por ejemplo, tú me preguntas cómo sale el verde. Si te contesto, con el azul y el amarillo, en ese momento he matado tu curiosidad, porque te doy la respuesta. En cambio, si te pongo el material necesario para que tú misma descubras cómo se consigue el verde, no importa si es en un minuto o en un año, al final encuentras el verde, y esto te proporciona tal satisfacción, que te impulsa a seguir buscando.
- Da la impresión de que los niños y niñas cada vez juegan menos.
- No tienen tiempo para jugar, porque los padres delegan cada vez más su educación en los demás. En estos tiempos de competitividad, el padre y la madre trabajan y buscan cuidadores sustitutos, como la escuela o la guardería. Como el horario de la escuela ya no es suficiente, buscan actividades extraescolares. Los niños deben enfrentarse a jornadas de muchísimas horas, manifiestan cansancio, se aburren con todo y apenas juegan. Tienen poco tiempo libre y el poco que tienen lo pasan viendo la televisión. Los niños son cada vez más altos y más guapos, pero más débiles, y con un umbral de frustración más bajo, son más caprichosos, no saben posponer las cosas. Son víctimas de una sociedad consumista, y el que tenga capacidad de consumo se sentirá feliz, y el que no será desgraciado.

- Un panorama bastante desolador. ¿Hay alguna esperanza?
- Yo no sé qué solución global hay. Pero, particularmente, creo que las familias se pueden organizar de otra manera y se puede ir por otros caminos que no lleven inevitablemente a esto. Dentro del sistema tenemos posibilidad de escaparnos. Comprar cosas, sí, pero no poner toda la felicidad en ello, ser competente, pero no competitivo, devolver a los niños tiempo, relación con sus padres, con sus abuelos. Los objetos materiales nos están desplazando, estamos poniendo toda la carne en el asador en cosas que son prescindibles.

- ¿Donde existen talleres de educación creativa?
- En Europa hay más de 2.000, en las mismas escuelas, en hospitales y particulares. En el País Vasco, hay una docena de escuelas, unas con mayor fortuna que otras, que están incorporado estos talleres. También hay talleres particulares en Bilbo, en Donostia y en Navarra.

- ¿Qué hace la gente en uno de estos talleres?
- Son talleres de danza, arcilla y pintura. En un espacio de unos 20 metros, algo más para los de danza, hay un grupo de 12 personas de diferentes edades. Cada uno hace una actividad y siempre tienen cerca un educador que les está sirviendo para que la actividad funcione. El monitor hace que el trabajo sea agradable, pero no resuelve problemas de creación, porque estos los soluciona cada uno. Las relaciones entre los participantes es profunda y respetuosa. No pintan, bailan o modelan para los demás, no buscan la aceptación de los demás, sino que lo hacen para sí mismos. No hay mejores o peores, sino que hay personas diferentes en distintas fases de su evolución. Al hacer los grupos, intentamos encontrar la máxima diversidad para que nadie se pueda comparar con otro. Que todo el mundo se sienta diferente, que piensen que la diferencia es buena para uno mismo y enriquecedora para los demás. Aquí se aprende a respetar a los demás y a desarrollar lo que se tiene de personal, de único.

- Tendrá que reconocer que suena un tanto utópico.
- Choca mucho en un mundo tan anormal. Pero mira qué cerca está el tiempo donde niños de diferentes edades jugaban en la calle... y ahora casi ha desaparecido.

- ¿Por qué no se integra en las escuelas?
- Incorporar los principios de la educación creadora a la escuela tiene dificultades. El educador en la educación creadora es una persona al servicio de los demás. No juzga, no ejerce el poder, y esto permite que ellos también dejen de juzgarse a sí mismos. No obstante, un maestro para controlar a 20 niños tiene que ejercer el poder, y apearse del poder es muy complicado, y a algunos les cuesta.

- En la sociedad actual, ¿se protege demasiado a los niños?
- No se les permite ser niños, se desconfía de ellos, no se confía en su capacidad y se piensa que sólo el adulto les puede enseñar, transmitir conocimientos y no les dejan descubrir nada. Si aprenden a andar y a hablar solos, que es mucho más difícil, ¡cómo no van a aprender otras cosas!

- ¿Distinguen los menores entre la disciplina escolar y la libertad de estos talleres?
- En los talleres también hay reglas, lo que sucede es que están al servicio del juego. En la escuela, en cambio, hay muchas reglas arbitrarias, generalmente al servicio del orden. Un niño acepta de peor grado una regla que no entiende, pero si la regla está al servicio del juego, le beneficia, y entonces la acepta sin problemas. Por ejemplo, en la escuela saben que tienen que pedir permiso para algo tan elemental como para ir al baño. En los talleres nadie pide permiso. Ellos saben perfectamente que en la escuela tienen que asumir unas restricciones, y que en eltaller no existen. En la escuela tienen que esforzarse por una tarea común, y en el taller cada uno hace su propio trabajo, a su ritmo, atendiendo a sus intereses.

- Teniendo en cuenta la creciente competitividad del mercado laboral, ¿cómo hacer entender a unos padres que a sus hijos, en vez de completar sus clases con inglés, alemán o informática, les conviene jugar, modelar arcilla y bailar?
- Yo cambiaría la pregunta. ¿Cómo unos padres que ven que, en un porcentaje considerable de casos, su hijo está fracasando en el colegio, o que ha terminado la universidad y está en paro...? Además, un niño o un adulto que va a estos talleres, no desarrolla su creatividad sólo para pintar o para bailar, sino que le sirve para cualquier circunstancia de la vida, para resolver conflictos emocionales, domésticos, laborales. Por ejemplo, es muy común que algunos adultos al cabo de unos años nos digan voy a cambiar de trabajo. Ellos no saben explicar cómo el modelar o el bailar les ha dado la seguridad para poder encarar un cambio en su vida profesional buscando un cambio que les satisfaga, y no sólo que les dé dinero. Dota de seguridad y de autoestima a las personas, y con esto se es capaz de encarar cambios. Los padres quieren que sus hijos sean competitivos, porque se supone que la sociedad es muy dura y tienen que aprender a meter los codos. Pero no se dan cuenta de que educándoles en la competitividad les hacen débiles. Además, cuando una persona es segura y competente, no necesita machacar al prójimo para sentirse mejor o más fuerte.

Entrevista a José Miguel Castro, profesor de Educación Creadora en la Universidad de Cantabria y fundador de Diraya. La imagen es de su web.

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