11 de noviembre de 2011

El niño de dos años y medio a cinco: aprender a comportarse (6 y última)

La sexta y última parte del artículo de Penelope Leach sobre el niño de dos años y medio a cinco y sobre el gran trabajo que esta haciendo en esa etapa: aprendiendo a comportarse. Antes de leer esta parte, te recomendamos leer las anteriores. Las puedes encontrar facilmente en la etiqueta "2 años y medio a 5" en la parte derecha del blog. Esperamos que os guste y sobre todo, que os sea útil.


Parece evidente que darle a un niño una palmetada cada vez que hace algo mal le enseñará a no hacerlo. Pero ¿a no hacer qué? Ser «malo” en la primera infancia es un asunto complicado. Puede significar hacer algo peligroso para sí mismo (como cruzar la calle corriendo) o peligroso para otro (como apoyarse sobre el cochecito del bebé para mirar) o realizar toda una serie de cosas que (predeciblemente o sólo hoy) irritan, azoran o decepaonan a los adultos. Recibir una palmetada puede indicarle a un niño que ha hecho algo mal, incluso indicarle lo que ha hecho mal hoy, pero no le dice nada sobre lo que habría sido correcto y, ciertamente, no le inducirá a hacer un mayor esfuerzo por complacerla. Dar palmetadas a los niños no puede enseñarles a comportarse y la prueba es que una vez que el niño empieza a ser castigado de ese modo, recibirá palmetadas durante toda su niñez. De hecho, precisamente porque son tan inefectivos, los castigos físicos tienden a incrementarse.

La mayoría de las travesuras del niño están provocadas por el impulso y el olvido. Hoy se ha pasado usted casi toda la tarde diciéndole que no corra por encima del macizo de flores. Le dice que salga de entre las flores pero como él está tan entusiasmado corriendo, se ríe y no le hace caso. Finalmente, si usted castiga a su hijo fisicamente, le da una palmetada, él se pone a llorar y entra en casa. Al día siguiente, nuevamente alegre y al aire libre, vuelve a hacer lo mismo.

Lógicamente tiene que volver a pegarle, sólamente que esta vez más duro. Una vez que se ha dejado atrapar en este círculo vicioso en particular, la palmetada de este año se transforma facilmente al año que viene en un verdadero golpe propinado con fuerza.

La investigación demuestra que los niños a los que se ha pegado no recuerdan la razón por la que se les ha castigado. Los castigos físicos los dejan tan molestos e impotentes que continúan sintiéndose demasiado furiosos como para escuchar las explicaciones o lloran demasiado fuerte come para oírlas. Preguntados por qué se les ha pegado, los niños de cuatro y cinco años suelen contestar: «Porque te enfadaste». Así pues, no recurra a les castigos físicos para enseñar buen comportamiento a su hijo. No podrá obtener la cooperación que necesita simplemente mediante el uso de su fortaleza física superior.

Tenga cuidado también con su forma de utilizar su superior fuerza emocional. Los castigos diseñados para hacer que los niños se sientan estupidos o sin dignidad son tan inefectivos y emocionalmente peligrosos como los de tipo físico. Si le quita a un niño los zapatos porque echó a correr, o le obliga a ponerse el babero del bebé porque se ha manchado la ropa con comida, hace que se sienta impotente, sin valor alguno y totalmente incapaz de aprender las lecciones del crecimiento que trata de enseñarle. Si comer de forma desaseada le causa un verdadero problema de lavanderia lo que necesita es que le facilite la forma de comer. ¿Necesita quizá un cojin en esa silla ahora que ya ha dejado de utilizar la silla alta? ¿Se le permite utilizar los dedos, además de la cuchara?

Si trata de enseñar verdaderamente a su hijo a comportarse (en lugar de darle «su merecido» por su mal comportamiento), no tendrá ninguna necesidad de hacerle daño físico (sobre todo en estos primeros años), porque eso no hará sino inducirlo a escucharla menos y no más. La alternativa efectiva a castigar a los niños que se portan mal, de modo que se sientan mal, consiste en recompensar a los niños que se portan bien, de modo que se sientan bien. El niño aprenderá algo de las inevitables explosiones que ocurren cuando ambos han acumulado una determinada cantidad de tensión. Cuando demuestra usted su descontento si él se porta mal, pero aprendera sobre todo cuando se vea alabado y felicitado por haberse comportado como usted desea.

Del mismo modo que el elemento principal de cualquier castigo es la desaprobación del adulto, el principal elemento de cualquier recompensa es la aprobación del adulto. Una recompensa le dice al niño: «Te amo, te apruebo, te aprecio, me gusta estar contigo». Las cosas tangibles, como dulces o regalos pueden transmitir esos mensajes, pero también las sonrisas, alabanzas y abrazos. Las recompensas de un niño, como sus castigos, son a menudo el resultado directo de su propio comportamiento, que le ha permitido a usted sentirse de buen humor: «Hemos pasado tan rápidamente la revisión del equipaje porque me ayudaste a hacer la maleta, así que ahora disponemos de tiempo para tomar un refresco».

A veces, sin embargo, pueden ser muy útiles los sobornos materiales o, si le parece menos inmoral, los premios. Los niños pequeños poseen un sentido muy claro y sencillo de la justicia y son muy estrictos en cuanto a la buena voluntad de la gente.

Si tiene que conseguir que el niño haga algo que detesta, otrecerle un premio por ello puede tener el efecto doble de conseguir que merezca la pena cooperar, al tiempo que se da cuenta de que está usted de su parte. Imagine, por ejemplo, que hace una tarde muy calurosa y él está disfrutando en la piscina portátil. Se ha quedado usted sin patatas y tiene que ir a la tienda. No puede dejarlo porque no hay nadie más en casa. ¿Qué hay de malo en un simple soborno propuesto sin malicia? «Sé que preferirías quedarte en casa, pero no podemos porque tengo que ir a comprar patatas, así que tendremos que salir. ¿Qué te parece si de regreso pasamos por la tienda para ver si ya tienen aquel nuevo vídeo de cuentos? ¿Te ayudaría eso?» Es un soborno, pero también una negociación perfectamente razonable.

A veces, ofrecerle un premio supone toda una diferencia para un niño que tiene que hacer algo que le resulta realmente desagradable, como que le pongan unos puntos en la cabeza. No es el objeto lo que importa (siempre y cuando no se trate de algo que esperaba de todos modos), sino el tener algo agradable que le espera después de esos malos y escasos minutos. Sin embargo, procure que esta clase de premios no se vea condicionada por el buen comportamiento. Ofrecer un premio “si no arma ningún jaleo” lo pone bajo una considerable tensión. Quizás necesite armar jaleo. Y necesita saber que usted lo apoyará sea cual sea su comportamiento.

Todo el mundo sabe que los niños consentidos son una desdicha para si mismos y para los demás y la mayoria de la gente supone que reflejan el escaso buen juicio de los padres. Pero poca gente se detiene a pensar que hace considerar a un niño como “consentido”, o que le han hecho los padres para que sea así. Como consecuencia de ello , el consentido es como un espectro que acosa a los padres, que viven con el temor de escuchar esa palabra para referirse al niño o a su forma de tratarlo.

Algunos llegan incluso a retirarle deliberadamente regalos “porque no queremos que sea un consentido” Eso es una mala interpretación. Consentir no tiene nada que ver con gratificación y diversión, sino con intimidación y chantaje. No se puede consentir al niño por hablarle, jugar o reír mucho, por ofrecerle muchas sonrisas, abrazos e incluso regalos, siempre y cuando se los ofrezca porque desea hacerlo así. El niño no será consentido porque compre usted dulces en el supermercado o le ofrezca quince regalos para su cumpleaños. Pero si puede serlo si aprende que tiene capacidad para chantajearla y obligada a echarse atrás, después de tomar la decisión de no comprarle dulces, por medio de una rabieta en público, o para conseguir cualquier cosa de usted limitándose a seguir y seguir. El niño más «consentido» que conozca quizá no obtenga mucho más, e incluso menos, que la mayoría de los niños, pero lo que consigue lo obtiene por medio de la intimidación ejercida sobre sus padres, en contra de su buen juicio. Consentir es el resultado de haberse desviado el equilibrio de poder dentro de la familia.

LIMITES: Los niños necesitan que los adultos tengan el valor de mantener sus propias convicciones y de establecer límites o trazar fronteras para ellos, dentro de las cuales sepan que están a salvo y que se sienten bien. Los límites no son algo que los adultos imponen a los niños. Todos tenemos que respetar los límites que marcan nuestro espacio con respecto al de otras personas, a veces tanto literal como figuradamente. Los niños necesitan de límites adicionales, trazados por padres y cuidadoras, que les mantengan a salvo mientras aprenden a permanecer a salvo por sí mismos, que los controlen mientras aprenden a auto controlarse, y que les impidan perder su propio espacio o penetrar en el de otras personas mientras aprenden las lecciones de la vida socializada, como «haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti».

Los límites sólo son tales si los niños no pueden transgredirlos. Y sólo ofrecen una libertad de acción segura si saben que no pueden traspasarlos. Los padres que dicen que sus hijos no permanecen dentro de los límites suelen confundir la obediencia, que depende de la cooperación del niño, con los límites, que no dependen. Si establece un límite, procure que el niño no pueda traspasado. Si la frontera del jardín es el límite de su espacio de juego, por ejemplo, no espere a que abra la puerta delantera para regañarlo y castigarlo. Ponga, ya desde el principio, un trozo de alambre enrollado en el picaporte para evitar que la abra.

Si no está dispuesta a hacer lo que haga falta para que se cumpla una limitación, es mejor no imponerla. A veces los padres dicen que no pueden hacer cumplir un límite, cuando en realidad quieren decir que las acciones necesarias para ello suponen demasiado esfuerzo por su parte. Los niños cuyos padres tienen la intención de limitarles el tiempo que ven la televisión a un programa u horario concretos deben de ver millones de horas «extra» de televisión cada semana, pero esos mismos padres no se sienten capaces de afrontar el enfrentamiento que supondría desconectar el aparato. Si no está seguro de que merezca la pena imponer una limitación, no la establezca, aunque su suegra le diga que debiera hacerlo. Es mucho mejor para el comportamiento de su hijo (y para su temperamento) que se le permita ver dos horas de televisión, antes de que se le imponga ver una sola hora, pero luego vea otra hora más que estaba prohibida.

Algunos niños parecen pasar por distintas fases cuando están decididos a ir mucho más allá de la débil capacidad de los padres para controlarlos y mantener la calma. Si le resultara especialmente exigente asegurarse de que su hijo, o cualquier niño en concreto, permanece dentro de los límites impuestos, procure imponer la menor cantidad posible de limitaciones y que cada una se refiera a un tema que realmente le preocupe a usted. De ese modo se sentirá lo bastante motivada como para hacerla cumplir, sin preocuparse por el resto.A medida que los niños pequeños empiezan a verse a sí mismos como individuos entre otros individuos, se preocupan por la extensión en la que pueden controlar a esos otros, además de a sí mismos. Se trata por tanto de una fase de edad en la que son comunes los juegos de poder. El niño pondrá a prueba los límites de su influencia y tratará de aumentarla, del mismo modo que pone a prueba y ejercita sus músculos.Es correcto que el niño descubra que ejerce alguna influencia sobre la gente y que practique ese ejercicio, ya que no podría crecer si se mantuviera totalmente impotente y dependiente. Pero también es importante no permitirle arrollar el poder de sus padres mediante la intimidación o el agotamiento conseguidos con una continua actitud quejosa. Necesita aprender formas aceptables de afirmar su propio poder o de influir sobre las cosas a su modo personal.

Procure reaccionar más positivamente ante el razonamiento y el encanto que ante las lágrimas y las rabietas. Aunque su control todavía es muy limitado, lo que desea es que su lijo empiece a darse cuenta de que será más facil convencerla que asustarla contestando afirmativamente a cualquier petición.

Anime al niño a participar en los procesos de toma de decisiones que le afectan. Es muy importante que pueda decir lo que opina, aunque no se salga con la suya. A medida que se haga mayor descubrirá lo que se permite a otros niños de su edad, oirá hablar de programas de televisión que nunca ha visto y, en general, tratará de obtener nuevos privilegios. Como quiera que se trata de temas nuevas, no dispondrá usted de respuestas preparadas. No se sienta presionada a responder lo primero que se le ocurra. Comente la situación con su pareja y con el niño, así como con otras cuidadoras o miembros de la familia si le pareciera adecuado. Tanto si la cuestión se resuelve tal como deseaba el niño o en su contra, éste sabrá que los adultos de su mundo se ponen de acuerdo y que él también tiene la oportunidad de hablar.

Demuestre a su hijo que trata usted de equilibrar los derechos de ambos, del mismo modo que procura equilibrar los derechos de su hermana y también los de él, o los de su pareja y los de usted misma. Todos conviven y la otra cara de la compañía es que todos tienen que respetar el espacio de los demás y, a veces, hasta desplazarse un poco para concederle a alguienen más espacio extra cuando lo necesita temporalmente. Su hijo no siempre le hará lo que usted desea. Y usted no siempre tendrá que ceder a sus deseos. Los choques tienen que solucionarse entre los dos. Si usted desea leer y él quiere salir a dar un paseo, es evidente que hay un problema. Analícelo con capacidad. Si simplemente no soporta la idea de dar un paseo ahora, digáselo así. Es mejor rechazado antes que seguido arrastrando los pies, con la sensación de ser una mártir, lo que a él le imposibilita disfrutar del paseo. Pero si cree que él tiene tanto derecho a dar un paseo como usted a leer, procure llegar a un compromiso de media hora para cada uno y siéntase con todo el derecho de insistir en que él también cumpla con su parte del trato.

Ayude al niño a comprender los sentimientos de los demás. Cuanto más consiga interesado por cómo se siente usted y otra gente y qué similares son esos sentimientos a los que él mismo experimenta, tanto más sensible será a ellos. Comprender los sentimientos de los demás constituye la raíz del desprendimiento y, en consecuencia, es lo contrario al consentimiento. En cuanto surja una oportunidad, aprovéchela. Hable con él sobre lo que sintió la niña de al Iado cuando le robaron la bicicleta. Si él dice con tranquilidad que se puede comprar otra, señale que los padres desean comprar a menudo cosas para sus hijos, pero que no siempre se lo pueden permitir. Al hacer planes familiares, permita que se entere de las dificultades de disponer fiestas y vacaciones para que todas las personas implicadas obtengan lo que más les haga disfrutar. Puede ayudarle incluso a comprender que aunque sería injusto para él que le sirviera cada noche la col que tanto detesta, también es injusto para su padre que no sirva usted nunca lo que resulta ser su verdura favorita.

En esta fase de su vida los niños anhelan conversación con los adultos e información de todo tipo. El niño disfrutará mucho mientras usted no convierta esa clase de enseñanzas en un conjunto de conferencias, impulsadas en cada caso por un pequeño mal comportamiento. Le está concediendo el honor de hablar de sentimientos con él, así como de otras cosas. Le está ayudando a realizar la tarea apropiada para su edad de situarse en el lugar del otro. Y llama su atención hacia todo un ámbito de experiencias que quizá no haya observado todavía por sí mismo. Cuanto más lo pueda hacer, antes y más claramente terminará por comprender que es una persona muy importante y muy querida en un mundo poblado por otras personas igualmente importantes.

Foto: http://www.echildhoodschool.com

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